jueves, 26 de enero de 2017

Entre la playa y el cielo

La paz en las pequeñas cosas. La paz al descubrirse uno mismo siendo libre.
Caminando sola, sobre las calles de tierra en el medio del campo, mientras mira el mar. 
Piensa, se prende un pucho y se da cuenta que en su soledad la acompaña un perro que no la va a abandonar hasta llegar a destino. Pero... hay destino definido? Lo piensa y se ríe sola, porque lo único definido ahora es caminar, hasta cansarse un poco, hasta que el perro saque la lengua en busca de agua, hasta que haya perdido el sentido de la ubicación en medio de tanto cielo y pasto,
Se ríe y se da cuenta que hacia mucho no lo hacia, y sigue sonriendo, porque después de tanto, se siente libre.
Mira al horizonte y ve al sol, que se esta poniendo. No iba a dejar pasar ni un segundo mas, y comienza a correr, hasta llegar al horizonte, hasta alcanzar el sol, antes de que se esconda.
Le entran piedritas y arena en las crocs, se tropieza, se descalza y sigue corriendo. Hasta que llega a el final del camino, una calle, de tierra por supuesto, que termina y empieza (o sigue) en un camino de medanos. A la derecha ve el Opus Dei, el campo, caballos y un par de casas. A la izquierda, el mar, con el cielo teñido de rosa, la arena lisa y mojada y un santuario con una virgen y ofrendas que deja la gente cada vez que va a visitarla. 
Decide bajar a la playa, se sienta en una piedra y desde ahí ver la puesta de sol. Piensa en el santuario que se encuentra a unos metros nada mas y en esa tan famosa frase de El Alquimista ¨-No entiendo a a gente que busca a Dios en el santuario. Decía mientras miraba la puesta de sol¨. 
Comienza a meditar y rezar mientras fuma y mira ese tan hermoso paisaje. Y disfruta de la libertad. La suya.
Se replantea el año anterior y decide no hacer lo mismo en este que recién comienza. Ser libre y no apegarse tanto a las cosas, a los momentos, a las personas. 
Contempló al sol esconderse y se le cayó una lagrima. No quiso ni sacarle una foto, le parecía desubicado. Fue un momento privado entre la eternidad y ella.
Paso por el santuario, una mujer se encontraba rezando el rosario e intentaba enseñárselo a sus dos nietas. 
Comenzó a caminar de vuelta a su casa, esta vez sin la compañía del perro, que seguramente se había quedado jugando con un perro amigo. Terminó el camino de medanos y al llegar a la calle de tierra escucha una melodía y letra conocida ¨Quizás porque mi niñez sigue jugando en tu playa y escondido tras las cañas duerme mi primer amor, llevo tu luz y tu olor por dondequiera que vaya, y amontonado en tu arena guardo amor, juegos y penas.¨ El gran Serrat y su Mediterráneo sonaban desde un parlante en una casa que hacia un gran asado familiar, con las luces de los faroles de la calle ya prendidas, los nenes corriendo y los grandes tomando vino y cerveza.
Ver esa postal desde afuera, con el cielo violeta generó una sonrisa de oreja a oreja y ese sentimiento de libertad y soledad multiplicó una felicidad que todavía no sabia de donde había salido. En realidad, si sabia de donde era, pero le parecía cursi hasta para ella misma admitir que toda esa naturaleza que la rodeaba había sido la gran causante.
Feliz y sola como estaba, comenzó a los gritos y sin vergüenza a cantar la canción (su canción) acontecida para el momento, ¨Me gusta estar al lado del camino, fumando el humo mientras todo pasa, me gusta abrir los ojos y estar vivo¨ 
Así fue como su alma desbordo de felicidad, de plenitud, de libertad.
Se dio vuelta, volvió a mirar el cielo y vio la primer estrella de la noche que estaba por comenzar. Frenó, cerró los ojos, pensó, volvió a verla, le tiró un beso y siguió caminando mientras cantaba.
Sabia que ya no volvía sola.

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